Que Dios venía a verme. Yo lo veía como una figura blanca y alta, envuelto en túnica. Pero en el espacio en que debía estar su cara y su pecho, sólo había un gran óvalo negro.
Es imposible de mirar.
Recuerdo que me extendió su mano y yo acerqué la mía.
También recuerdo algo de negro en esa túnica.
Al principio lo había olvidado, pero los demás me contaron que a medianoche yo llevé a Dios con ellos, a su habitación.
Para mí, todo el recuerdo era difuso, como si esa noche hubiera estado drogada o alcoholizada. Pero era verdad.
Estábamos todos en una casa enorme, como una escuela o un convento. Yo paseé por los corredores enormes bordeados de camas. Sólo encontré desastre allí.
Tenía que bajar por una rampa de metal, pero de pronto se detuvo. Yo empujaba un carrito de supermercado y me esforcé por no soltarlo para no lastimar a los demás.
Había niñas allí, de diferentes edades. Ellas cabían por un túnel de metal que se abría al final de la rampa. Las arrojamos de espaldas. Para ellas era como una aventura.
Como yo no cabía, tuve que ir por las escaleras. En cada descanso encontraba camas con objetos míos: almohadas, ropa… Tomé varias cosas para llevarlas a mi nueva casa.
En un piso, encontré a mi padre hablando con otros señores. No quise salir de la escalera.
“Pero en el espacio en que debía estar su cara y su pecho, sólo había un gran óvalo negro” :O caramba, que figura tan enigmática :O
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Jaja sí, yo recuerdo que era como imposible verlo, como censurado, por eso estaba ese óvalo negro. No podías mirarlo porque no debías llevarte el recuerdo de su rostro a este mundo terrenal…
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:O cósmico… ese concepto de no poder llevarse cosas al mundo terrenal también me suena mucho.
Te lo digo de nuevo (nunca es suficiente)…¡me gusta lo que escribes! Manejas una simbología maravillosa.
Saludos afectuosos desde esta patria.
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Ay :’) gracias de verdad
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