La clase de gimnasia iba a empezar apenas. Mujeres en un gimnasio con espejos y barras, haciendo estiramientos. Pero antes, había que pasar por donde habían quedado tirados los cuerpos de la masacre del día anterior o de esa misma mañana tal vez.
Y a todo mundo le parecía muy normal pasar al lado de esa pileta vacía en la que una decena de cuerpos yacían en todas posiciones, manchados de sangre seca. Pero pobre de aquel, le habían sacado los ojos. Pero era tan natural, esas cosas pasan, decían.

Vamos a la clase. «No», me rebelaba contra la gente que reía, fumaba y hacía chistes al lado de las restos de la masacre. «NO. Tenemos que hacer algo, llamar a la policía, algo…» Por fin un amigo en un coche me iba a llevar lejos de allí. Por fin. Vayámonos
Y la alarma que nunca sonó.
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