Al fondo, la voz de un narrador televisivo describiendo lo que yo veía. «Han tratado de exterminar a los vampiros por todos los medios: perseguirlos, fumigarlos…, pero nadie sabe dónde se esconden» Pero a mí me lo mostraban, tras una pared de lodo se podía ver su refugio. Más allá estaba la entrada a la gran casa y unas escalinatas blancas, en las que alrededor de cien «personas» se reunían para convivir tranquilamente.
Bajé la escalera, acompañada de una amiga: ella y yo éramos de las pocas humanas por allí. Nos reunimos con tres vampiresas, que ya nos esperaban con una sonrisa. Eran nuestras cuñadas, de alguna manera mi amiga y yo éramos parejas de algún vampiro (que no conocí, por cierto).
Yo me sentía cómoda, ya era gran amiga del trío de chicas guapas con piel morena clara y cabello negro. Pero ellas trataban de complacer a mi compañera, le habían comprado un collar con cuentas blancas y amarillas. Ella sonrío ante el regalo, aún temerosa de ellas.
Me enseñaron su álbum de fotos, sus visitas a los lugares de moda… Decidimos entrar a la casa, que más bien era una mansión, una especie de hotel combinado con tienda departamental en el que había mucho de todo: discos, libros, ropa, muebles…
Nos llamaron a comer… carne asada. ¿Los vampiros comen? Mmm, esto va contra todo lo que he aprendido de los libros de Stephenie Meyer.
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