Las manos que se tienden
hacia adelante
—la neblina—
todo es verde
verde amargo,
verde ceniza.
En ese rincón del bosque,
el santuario
construye un puente,
un muro falso.
Tras él, puedes oírme
murmurando,
sollozando,
comer las flores,
morder lo amargo
para no morder tu mano.
Ya sé, sientes el frío,
el ligero viento húmedo
de invierno congelado.
Y no hay llamas;
yo solo fabrico
fuego morado.
Sí, la sangre,
Sí, las amenazas.
Las manos tendidas
que no llegan a nada,
nadie las tolera,
nadie soporta
entrando en sus oídos
el crescendo odiado.