En la caída de los pasos inmisericordes sobre el suelo
del que va caminando firme, pero lento,
hundiendo y lastimando la hierba al nivel de la tierra,
descubrí la forma en que te he huido
y cómo te he estado abandonando, Señor, en mis duelos,
y en las luchas de las cálidas tormentas del destroce,
y en las nubes de humo de mi aliento de perfume.
Toma mis dos manos, Señor,
arrástrame en la arena hasta que pueda yo seguirte
con los pasos ligeros y piadosos del que desea llegar temprano,
del que sin bendecirlo tampoco maldice el suelo que está pisando.
Abrázame con fuerza que ya ningún abrazo me queda
desde que he perdido el contacto de otras almas y otros cuerpos.
Despiértame que ya me he agotado del descanso
que he tomado en las treguas de mis guerras.
Levántame y no permitas que yo te dé la espalda.
Bendíceme y déjame que libre mis batallas.
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«con los pasos ligeros y piadosos del que desea llegar temprano,
del que sin bendecirlo tampoco maldice el suelo que está pisando.»
«Bendíceme y déjame que libre mis batallas.»
Las treguas, tantas cosas. Se siente cada palabra, no sé que más decir. Todo ya está dicho aquí.
¿Te he dicho que lo que escribes me gusta enormemente? 😉
Un abrazo interdimensional.
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Ay, esta poesía…. le tengo tanto amor. La escribí por ahí del 2001, imaginate, hace como 15 años. Y cada vez que la leo…. no sé. Veo que hay cosas que yo pedí: «Arrástrame en la arena hasta que pueda yo seguirte», y una arrastriza severa que me he llevado, sí 🙂 Me gusta que leas estas cosas viejas porque me haces recordar cosas valiosas. Gracias. Gracias por poner tus ojos aquí y en mí.
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Mis ojos son los que te agradecen. Besos.
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