Así que me enteré que ella había decidido tirarse al mar, pero no para morir sino para vivir allá dentro.
Miré hacia al mar, era una inmensidad de olas furiosas color rojo oscuro y negro, color sangre. Era de noche.
Fuimos a buscarla todos, a tratar de encontrarla encaramados en estructuras de metal que llegaban mar adentro sobre la superficie. Sólo olas y olas con reflejos rojos y negros.
Perdí mis anillos de compromiso y de matrimonio en el agua… Pensé que no iba a hallarlos, pero aparecieron en una cajita transparente, flotando.
Regresamos a tierra. Entré a una casa con paredes blancas, en un baño enorme me quité el empapado traje de baño, dejando charcos a mi alrededor. De pronto, a mi espalda un voz dijo: “Ella te manda saludos”.
Era una niña, sentada en las alturas de un conjunto de estantes blancos que abarcaban toda la inmensa pared blanca. Los estantes estaban repletos de muñecos de peluche de todos los colores.
Peiné con la mirada las repisas porque sabía que allí escondida debía estar mi amiga. Descansando tranquila en un lugar cálido y seco y no en las profundidades del mar nocturno.
No pude encontrarla, pero sabía que allí estaba. Sobre todo, entendí que ella no quería vernos, quería estar escondida allí porque su dolor era tan grande que no quería que tuviéramos que mirarlo o compartirlo. Lo entendí y sin embargo, me enojé: no podía hacernos eso, no podía escapar así, dejándonos creer que había muerto o desaparecido.
El mar seguía allí y se aclaró cuando amaneció. Regresé de él y la encontré a ella sentada en una banca blanca, fuera de un conjunto de tiendas, gente por todos lados.
Yo seguía enojada, pero más aun, desconcertada. La miré desde lejos, sentada en esa banca, tan frágil pero tan querida.
No quise decirle nada, sólo la observé, recelosa. Tenía miedo de que me abandonara de nuevo. Ella me miró en silencio con sus ojos oscuros doloridos y algo apenados. Caminé hacia el extremo de la calle de las tiendas, dándole la espalda a su mirada.
Cuando doble la esquina encontré de nuevo la playa. Yo traía mis lentes oscuros que reflejaban el sol del ocaso, amarillo casi blanco, perdiéndose en el horizonte del mar. Estaba muy oscuro y me quité los lentes. Sólo sus reflejos y la afilada luz del sol iluminaban la playa llena de gente, sentada en las orillas sobre la arena; gente callada, inmóvil, mirándome fijamente y con curiosidad mientras yo pasaba. Sentí nerviosismo mientras atravesaba la playa oscura y a la vez iluminada, intimidante.
MUY BONITA LA IMAGEN Y BACANA
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Gracias aunque no es mía 😦 La tomé de internet
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“entendí que ella no quería vernos, quería estar escondida allí porque su dolor era tan grande que no quería que tuviéramos que mirarlo o compartirlo.” … razón poderosa para esconderse en el mar.
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Uy, me hace tanto sentido este sueño ahora. Son las cosas que te digo que ahora entiendo releyendo. 🙂
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