Odio el sonido de los segundos al pasar:
aquel ruido artificial que le han dado los hombres al suave deslizar callado del tiempo.
Y odio que rebajes mi valía bajo tu mano de dios.
A ratos te espero, oculta, al acecho de un brillo de cariño feroz en tus ojos, pero…
¿Qué era eso? Era compasión o era…
Límpida tu mirada, sin la sangre de tu ausencia, de ojos claros, explícita, declarada y pura.
¿Qué era eso? Era compasión o era rencor concentrado. No, no era.
A ratos te espero.
A ratos mejor, al descaro, te llamo adelante y me acuerdo
de cuando cubrías mi cuerpo con tu cuerpo y mi alma con una venda de luz,
bendiciendo aquel tiempo por el que fui desde siempre maldecida.
A ratos me acuerdo, pero por siempre me lo callo,
porque tú lo has olvidado todo en el dolor de tu caída.
Perdón. No rebajes, con tu mano sagrada, mi valía.
No me humilles en mi adoración ferviente.
No me hagas arrodillarme a tus pies, pagana.
No me orilles a la muerte, mi dios.
No me olvides en la muerte, mi dios.