No tengo miedo de hablarte,
ni de buscar en mí lo que quedó de ti.
No temo dirigirte la palabra
porque después de tantos años
no importa más.
Sin esperanza ya,
sólo un vago remedio,
una cura a la larga.
De esto, no me detiene nada.
Incluso, me gusta mirar
tras la cortina de los años,
de los que fueron,
y de las cosas que no serán.
Solamente me aterra
que no sepa escuchar la llamada,
que no atienda al corazón
cuando me dicta la palabra exacta;
que no encuentre mi voz,
la que abre el camino desde dentro hacia los dos.
Tengo miedo
de que (tú/yo) no encuentre mi voz,
de vuelta.
Mi antigua voz, mi nueva voz.