Estábamos en un baño público cuando ellos entraron. Ellas dos consiguieron ocultarse tras los excusados, pero ya no había lugar para mí.Me agaché junto a la puerta y vi una salida de agua en el piso. Desatornillé la tapa con mis dedos.
Cuando ellos entraron, dirigí el agua caliente a sus uniformes militares antiguos y azules.
Todos cayeron al suelo, doliéndose de las quemaduras. No pude creer que había funcionado.
Salté sobre sus cuerpos y eché a correr por el pasillo. Por elevadores y escaleras logré salir de edificio.
Pasé por una ventana y encontré a una anciana frente un lavabo, lavando algo.
Antes de que volteara, tomé su cabeza de cabello gris y la giré para romper su cuello, como había visto hacer en las películas.
Sin embargo, no murió, incluso comenzó a hablar: quería dirigirme hacia algún lugar.
Yo estaba frustrada por hacerla sufrir y no haberla matado, así que tomé de nuevo su cabeza entre mis manos…
Saltando por azoteas y a través de ventanas rotas, una mujer me perseguía. Un traje de lycra envolvía su figura. Era una ninja.
Era demasiado fuerte y demasiado rápida para lo que yo podía soportar. Venía tras de mí, más cerca a cada momento.
Sin embargo, no tenía miedo. No sentía la conocida aprehensión que sufro en las persecuciones cuando vengo a la realidad alterna.
En un punto me detuve y la encaré. Estábamos las dos de pie, solas, en la azotea desierta.
Le dije: “Eres mejor que yo, lo reconozco. Déjame vivir para aprender de ti”. Ella aceptó.