No he olvidado del todo todas las maquinaciones de la guerra y la maldad inherente. Ejércitos de niños y de gente inocente.
Y yo solamente escabulléndome entre la hierba, acechando, escondiéndome, con un rifle en mi mano.
Encontré un buen sitio para disparar, cual francotiradora. La tenía a ella en la mira, la reina. La reina escondida en una casa destartalada en las afueras de la ciudad. Pero me di cuenta a tiempo de que era un engaño: ella era sólo un señuelo. La verdadera reina estaba lejos y a salvo, fuera del alcance de mi rifle.
Y luego ustedes contándome que seis niños murieron en la emboscada del otro día, mientras yo trato siempre de encontrar un baño limpio en estos refugios de mierda.
Cuando llegamos a los cuarteles de la Marina todo era limpio, blanco y reluciente. Justo como debía ser, justo como su cultura. Los soldados orgullosos con sus uniformes impecables, paseando a la orilla del muelle.
Y tú y yo planeando una cita de amor mientras la guerra se gestaba.”¿Qué pensará la gente de nosotros?”, me pregunté.