Él habia decorado mi cuarto como regalo hacia mí. Había una cama baja con una colcha impresa con una obra de Monet, algo naranja y amarillo y rojo. Sobre la cama, a manera de móvil, colgaba un aparato similar al Kindle, que parecia servir para leer libros en voz alta.
En las paredes pintadas de azul, había un decorado con diseño de peces. Y a través de la gran ventana, se veia el cielo de la noche. ¿Qué pasa con el cielo?, pregunté. Estrelllas rojas y fugaces iluminaban el fondo negro, en medio de millones de planetas y soles.
Alguien que estaba afuera me llamaba. Yo pedia un segundo porque queria seguir mirando el cuarto.
Luego sali y supe que algo malo me esperaba allá afuera: un gran grupo de personas pedían mi cabeza en venganza por lo que yo le hice. ¿A quién? ¿Estaba muerto? ¿Era mi culpa que estuviera muerto? ¿De dolor?
Pero vi una silueta más allá y reconocí a ese hombre. Estaba vivo, pero caminaba lentamente hacia afuera y no me permitía mirar su rostro. Su cabello ocultaba sus ojos.
La turba furiosa me condujo hacia afuera. Acepté ir con ellos sólo cinco minutos. Una vez afuera, comencé a volar sobre las calles, para alejarme de ellos, pero también en su búsqueda. Volaba como sé hacerlo, sólo que esta vez de una manera más furiosa, más de prisa, más brusca.