Nadie más terrible que ella
cuando empuña el arma
con la pupila dilatada
de la fiera acorralada;
nadie más amada.
Nunca una muñeca más diestra,
espada más ágil
y más amenazadora.
Es más reina que la soberana,
es el alma,
a ratos,
trastorna el reino
y todos los mandatos.
Y yo, que soy su ama,
su carne, su dueña,
su ancla,
me encuentro a su deseo atada.
En aquella sala,
rollos de cuerda, cuchillos,
navajas, hachas*.
Si te hubiera visto,
en aquel instante,
cara a cara,
no sé quién hubiera muerto primero,
mi adorada Fausta.
*Zévaco, M. (1903), p. 206, Los Pardaillan: Una tragedia en la Bastilla, Editorial del Valle de México. https://ametzagaina.org/wp-content/uploads/2020/08/fausta-miguel-zevaco.pdf