(Soñé que) podía tocar la niebla. Se disolvía entre mis manos como una cortina de gotas de lluvia diminutas y suspendidas.
A través de la ventana del salón, noté que el cielo se había oscurecido de pronto. Y se lo dije a todos, emocionada.
—Hay niebla.
A nadie parecía importarle tanto pero mi fascinación era absoluta.
Pasé horas en el sueño tratando de salir de habitaciones llenas de gente y cosas pasadas: compañeros de escuela, pertenencias queridas y perdidas.
No pude lograrlo, como siempre. Algo me detenía cada vez, me retrasaba, me hacia volver.
Fastidio. No angustia.
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