Tú eres mi piedra,
la que quiero arrojar por el acantilado
a aquella playa en que batían las olas,
en que despedazaban.
Y yo soy tu piedra,
la que quieres arrojar por…
Y aquella playa nos gustó,
sí, a las dos.
Digo lárgate,
pero no te irás.
Serás mi compañera
e idea
hasta que tú ganes
de alguna manera.
Pero mientras tanto callarás
y harás lo que yo diga.
Y no te lo pido desde el desgano.
Te lo ordeno desde la cima
del acantilado
con los ojos secos,
desde el dominio de ti, de mí,
de lo que haya pasado.
Solo así,
pequeña odiada piedra,
serás mi perra.
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