Estaban mis ojos dormidos
y también el cabello estaba
rendido y quieto sobre la almohada.
El polvo caía sobre mi piel
a cada respiro,
y yo sólo soñaba
contigo.
Crecían las enredaderas,
y también la maleza
se me ceñía a las piernas.
Dormía obscura, abandonada.
Pero cuando llegaste, por fin
conmigo,
se abrieron mis ojos llorosos
y sonreía.
Volvió el cabello a ser nube
y viento, y telaraña.
Y te ocupaste de arrancarme
de encima las ramas
que aprisionaban
mi sangre roja
y mi piel lastimada.
El polvo de los olvidos
se sacudió por magia
cuando me abriste los brazos
y me reviviste el alma.
Volvieron entonces
para mí los caminos
y se abrieron luces
para mirar lo que nunca
había yo visto o sentido.
Y no estaban ya
mis ojos dormidos,
ni tampoco ya
yo soñaba contigo,
porque, despiertamente ocupada
estaba en cubrir tu cuerpo
de besos, versos, palabras,
de sueños,
de magia.