Me miro en el espejo por séptima vez en la mañana:
mi cabello se tiñe del color de mis ojos ahora oscuros,
más pálida hoy que ayer.
Nada detrás, nada delante.
La jaula de plata me lleva al subsuelo.
¿Nadie?
Siguiendo mis pasos, él:
torso desnudo, porte altivo, rebelde,
alas enormes azul celeste,
ojos fulgurantes en la bruma,
bello.
Camina invisiblemente silencioso tras de mí,
mira fijamente.
Me detengo – se detiene.
Busco a mi amante;
me escucha mi amante.
Sigo, sigo.
Un abismo se abre a mis pies
mientras prendo un cigarrillo.
Lo apago en él para apaciguarlo.
Se cierra. Camino.
—Memoria imperecedera,
recuerdos que no mueren—.
Mi amante me encuentra:
dos seres me siguen ya.
Centro de todas las cosas, teatro antiguo.
Dos mil butacas.
Siéntate, amor.
Mis ojos no los ven, pero están.
Sin embargo, están
dos mil ángeles además del mío,
de pie, sentados, charlando en los estrados.
El mío me mira un paso detrás.
No le veo, no sé que hacer.
El tiempo culmina.
Mi amante me tira al suelo, desesperado.
Me levanto y entonces sí:
claridad.
Le miro delante de mí,
los ojos se enlazan, las almas también.
Le tiendo la mano,
ángel bello,
bello,
mío.
«Un abismo se abre a mis pies
mientras prendo un cigarrillo.
Lo apago en él para apaciguarlo.
Se cierra. Camino.»
¡Genial!
Siempre es un gusto leerte, mira que toparte con esta joya del 2013.
Saludos afectuosos desde un frío Guayaquil.
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Si, este era como más simbólico. Gracias 🙂
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