
El ascendente de un astro
nunca antes identificado;
su resplandecimiento es un comando
para salir al camino deshabitado.
Una voz grave
atraviesa la neblina,
tantea entre el silencio
una respiración perdida.
Una voz profunda
conjura la neblina,
sobre la oyente silente,
cuando despunta el día.
Y la niebla condensa en hielo.
Y sobreviene
la cencellada,
blanca, dura,
despiadada.
—
Siguiendo pasos sobre hojarasca,
persigue un rastro en el sendero,
siente un peso sobre el cuerpo
en leve ascenso oscuro y fiero:
es el fuego que derrite el hielo.
Entonces arriba, en la montaña,
coronada de niebla congelada,
surge el torrente del deshielo:
la consecuencia, la avalancha.
Y crea el arroyo que ataca / agrede
que perfusiona / permea
cada extremidad, cada cuerda
cada movimiento de la mente.
Sobre el lecho
del arroyo
ella observa y calla
se inmoviliza,
se baña,
se daña.
Y Kais observa.
Y Kais juzga y golpea
desde el trono de la pseudoomnipresencia.
Pero ella se apodera de cada cuerpo,
de cada cauce de su elemento:
océano, río, arroyo, lago,
siempre en desborde,
siempre en suspenso.