Parte I
En un refugio, la gente se apilaba en camas y literas a los lados de una larguísima habitación.
Nosotros dos luchábamos por un poco de agua. Una mujer amable nos sirvió de una jarra el liquido naranja con hielos, en pequeños vasos. Les llevábamos a los otros, nuestras respectivas parejas.
Yo sólo quería dormir, pero me hicieron subir a un coche. Yo iba en el asiento de atrás con la otra chica.
Al salir del refugio, tomamos una calle principal.
Del lado izquierdo, vimos una iglesia enorme, incendiándose. Tenía varios edificios, en unos de ellos la piedra gris se enrojecía por el fuego; en otros, las llamas trepaban por las paredes. Rodeada de humo, se veía sin colores. De hecho, toda la ciudad carecía de color, todo estaba en una gama de negros, grises y azules.
Las nubes de las formas mas extrañas surcaban el cielo, presagiando algo malo. Alcancé a verlas al pasar por una glorieta, desde donde se alcanzaba a ver el horizonte.
Un ser volador apareció en el cielo, tenia forma de dragón y era enorme. Al caer y posarse con fuerza en el suelo, se convirtió en una especie de robot. Caían varios de ellos.
Supliqué al conductor que fuera más rápido, pero las máquinas seguían cayendo. Se creó un caos entre el sonido de sirenas de las policías y ambulancias, los seres metálicos que aterrizaban y rodaban por las calles, las personas corriendo y los agentes intentando alcanzar en sus motocicletas a las máquinas.
Sentí que ese era el fin del mundo, podía prever como todo se encaminaba al desastre a mi alrededor y quería ver más, quería verlo todo, quería ver el final. Pero sonó la maldita alarma y, de nuevo, me desperté con el sabor a sangre en mi boca.