Publicado originalmente en Marimarus
Ella acudió a la cita, puntual.
Él se retrasaba.
Se pasó los dedos por el cabello,
nerviosa,
mientras la espera duraba.
A voluntad, dejó de mirar hacia afuera.
Y así, no lo vio cuando entró en escena,
a prisa,
con el semblante más que serio,
helado.
Cuando él llegó,
el sol de la tarde se volvió invierno.
Y las manos temblaban,
las de ambos.
Pero no se tocaron.
Él dejó que ella se explicara.
Ella habló seria, pero risueña,
con palabras ligeras, pero asustada.
Y entonces,
el invierno vespertino se volvió nevada. Sigue leyendo