Recuerdo los escenarios pero no los motivos.
El profesor me llamo afuera del salón: de mi salón de tercero de primaria, en una tarde soleada de hace 18 años (¡18!)
Sentía el reproche de él y el de mi mamá, pero no recuerdo la causa. Y era raro, porque no solía ser regañada en la escuela.
De repente, allí fuera del salón, un camión vino hacia mí con toda su fuerza, iba a aplastarme (sé de dónde vino eso: Sol de Medianoche)
Quedé debajo del chasis pero sin sufrir heridas. Entre los fierros, encontré mucha de su ropa, la saqué y cada una de las prendas me recordaba un momento de nuestra vida en común. Y me puse a lavarla.
Luego, sigo sin saber la razón, quise huir. Tome mi bicicleta, cargada de cosas, y pedalee lentamente hacia el escape, acompañada en un tramo por una buena amiga de aquellos tiempos.
Sueños poco claros: imágenes definidas, pero sin sentido, sin causas…
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E.T.
Acurrucarme sobre tu pecho y escuchar tu corazón me hace recordar que eres el hombre con el que debo estar y no ese rubio guapo de mis sueños que en realidad era un extraterrestre como los de ‘V’ y que me llevaba sobre el Gran Cañon en una nave especial con forma de camioneta voladora.
El funeral de Jesucristo
(Oh, este sí supera a todos…)
Estaba en el funeral de… Jesucristo.
Era uno de esos velorios tipo gringo, en los que la gente se sienta en sillas de frente al ataúd. Y allí estaba el ataúd de Él. A mi lado izquierdo estaba sentado el Diablo. Era un tipo elegante y seductor, algo así como un Mauricio Garcés: traje gris, bigote puntiagudo y un gran porte.
Se recargó contra la silla, hasta quedar casi acostado y encendió un cigarro de mariguana. Al fumar, llenó el ambiente de humo. Me sentí drogada sólo de respirar. Yo era la encargada de decir el discurso para despedir al difunto y me preocupé porque no podía recordar nada de lo que quería decir, de lo que había planeado decir.
Salí al pasillo en busca de aire fresco.. quise entrar a un baño para mojar mi cara y recuperar mis ideas, pero Lucifer, con su encantadora presencia, venía tras de mí. No supe más.
………….
En otro sitio, una gran escuela, los jóvenes era acarreados por órdenes de los profesores o directores. Yo trataba de escabullirme, confundiéndome entre el mar de gente.
Logré meterme a un pasillo sin ser vista y llegué a un dormitorio. Me asome a la ventana para tratar de calcular si seguiría viva después de saltar. Estaba demasiado alto. A ambos lados de la ventana existían escalerillas, pero no alcanzaría a llegar a ellas. Abandoné la idea.
Aún a escondidas llegué a una habitación, era de una de las directoras. Vi una ventana abierta, serían acaso treinta centímetros lo que medía. Me lancé a través de ella y me abrí paso con todas mis fuerzas hasta lograr atravesarla.
Caí sobre el pasto en un jardín interior a la casa. Salté la barda que era muy baja y me alejé corriendo del sitio donde los otros jóvenes quedarían presos de una ideología ajena.
Mis dedos… ¡No!
Subíamos largas y amplias escaleras eléctricas blancas hacia nuestros centros de trabajo. Y yo lo veía, unos escalones más arriba, tan guapo, riendo con su amigo, sin saberse observado.
En la carretera, mi coche estaba orillado. Yo estaba indecisa sobre qué camino tomar para volver a casa. Ella, de pelo negro, entró al coche y me roció con un gas para envenenarme y cortarme los dedos.
Yo estaba esperando para hablar en el radio o en la TV. Esperaba mi turno para entrar a la cabina, ensayando mi discurso, pero olvidaba los nombres.
Mientras esperaba, jugábamos una especie de memorama con mis dedos amputados. Era fácil: meñique con meñique, índice con índice…
Sin sentido
Primera parte
Estábamos preocupados porque nuestros pasivos habían superado a nuestros activos. (Ja ja ja, el efecto de mi tipo de trabajo). Uno de nuestros compañeros de casa llegaba, angustiado, y yo le preguntaba: «¿Cómo te enteraste de que estamos en quiebra?» «PricewaterhouseCoopers me avisó». (Ja ja ja) Entonces comenzábamos a prepararnos para una inspección-auditoría: limpiábamos la casa para que los contadores encontraran todo ordenado y reluciente (¿?). Este sueño demuestra que mi subconsciente no comprende muy bien las finanzas personales. ¡Juro que las entiendo mejor! En el trabajo me regañarían…
Segunda parte
Durante el medio tiempo del partido, la cancha de futbol se convertía en una alberca en medio del estadio repleto. Javier me llamaba para que fuera a nadar con él, pero la vigilante no quería dejarme pasar. Entonces le mostré mi anillo y le grité casi: «Yo soy la esposa del mejor futbolista del mundo» (Ja ja ja, tal vez exageré un poquito, pero mira lo que pienso…).
Entonces me dejaban pasar y creo que yo nadaba con ropa durante los 10 minutos que sobraban del descanso. Luego Javier me dijo: «Ya salte». Y volví a las gradas con mi gente para mirar el resto del partido.
Tercera parte
Javier y el Nigger habían intercambiado sus cuerpos. Se habían puesto de acuerdo para hacer un «soul switch» (creo que esto lo saqué de la película de Chucky). Y yo le decía a Thabata: «¿Qué no se te hace extraño?» Y luego me enojaba con Javier porque le decía que yo no estaba de acuerdo, que nunca me lo preguntó, que cómo iban a ser nuestros hijos, qué debían volver a intercambiar sus cuerpos… Ja ja ja.

Cuarta parte
Nada… Que Alan estaba en casa, jugando con mi computadora. Que yo abrazaba su pequeño cuerpecito mientras platicábamos tonterías. Ah, cómo lo extraño…
