Siempre he querido conocer el mar.
Mamá solía decir que era su lugar favorito en el mundo. Cualquier playa. Cualquier lugar donde pudiera sentir la arena bajo sus pies y la sal en sus labios.
Solía contarme como ella y sus amigos subían al coche y manejaban durante horas para llegar al mar. Y en cuanto llegaban a la orilla, ella se quitaba de prisa toda la ropa mientras corría hacia al agua. Y allí permanecía, nadando, luchando contra las olas, flotando en medio del océano durante minutos que parecían eternidades.
Y entonces, alguno de sus amigos la llamaba y la hacía volver. Y ese alguien la esperaba con una toalla para cubrir su desnudez y confortarla en su cansancio.
Yo sigo sin entenderlo. Por más que me esfuerzo.
No hay mucha sal en el refugio y Sigue leyendo