El dolor
no es ya el abismo
que mirabas
boca arriba
escrutando el techo
sin respuesta.
El dolor parece ser
—ahora—
una flecha
que miras de frente,
apuntando a tu mente.
De cualquier modo,
no lo quiero,
no lo deseo,
quiero alejarlo de ti,
de tu pecho,
de tu boca,
de tus ojos,
de tu frente.