No entiendo de estaciones,
ni de eclipses,
ni de horarios.
Cuando uno desaparece
durante años
el ritmo de los relojes
se vuelve falso.
No entiendo de estaciones,
ni de eclipses,
ni de horarios.
Cuando uno desaparece
durante años
el ritmo de los relojes
se vuelve falso.
Sueño, realidades…
Hace poco que volvieron mis sueños, después de una larga sequía. Entonces, pesadillas de muerte; entonces, persecuciones de asesinos; y yo, ocultándome para proteger mi vida. Todo eso.
Pero lo que pasó anoche… Tengo que obligarme a ponerlo en palabras porque pienso que es importante, esencial. Creo que entendí un mensaje superior sobre cómo funciona esto: la vida, la muerte, el mundo.
Dormía, en un sopor profundo. Quizás esto podría ser atribuible al delirio de la enfermedad, pero nada de esto lo he inventado. Soñaba. Y advierto que las imágenes son lo de menos: lo importante es el sentimiento.
Subía las escaleras hacia un lugar lleno de seres, lleno de cosas. Un supermercado, podrían llamarlo. Pero no.
En lugar de gente, había espíritus. No eran personas de carne y hueso. Había seres que eran muerte y uno de ellos me hablaba directamente. Su rostro tomó la forma de una calavera, para que…
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Subí la escalera y me encontré ante la entrada de un departamento. Todo lucía sucio y desgastado, como en una vecindad.
Tras la puerta de lámina blanca, encontré otras cuatro puertas que daban a cuatro cuartos vacíos e igualmente sucios.
De alguna manera supe que cada cuarto representaba una dimensión: longitud, altura, profundidad y tiempo.
Me acerqué al cuarto del Tiempo, que parecía llamarme más que los demás. Entré y vi escombros en el piso. Más allá, estaba la puerta de un baño.
En él, tras una cortina plástica de regadera, supe que se encontraba algo que me llamaba cada vez más imperiosamente, como un pulso, como el sonido repetitivo que hacen las olas del mar por la noche, barriendo el aire… ffffff… ffffff… cada vez más fuerte.
Atraída sin remedio, pese al horror que sentía por lo que pudiera haber detrás, me acerqué. Y sin lanzar primero mis manos para protegerme, metí de lleno la cara, a través de la cortina, en la regadera. Y miré…
Y de inmediato, sentí el impulso de tirarme por la ventana. Lo que estaba detrás de la cortina vendría por mí. Era preferible lanzarme hacia la nada.
Y lo hice. Salté.
Y caí en un jardín abierto, cubierto de pasto seco.
Pensé que estaba muerta, pero entonces alguien llegó por mí, en una especie de carreta.
Yo había perdido mis zapatos en mi caída, pero esa persona me los devolvió. Me subió a la carreta y me llevó de ahí.
Había más personas con nosotros en la carreta. Se detuvieron a pedir algo de beber y, después de dudar, pedí una cuba, que no sabía en absoluto a ron ni a coca.
Les conté mi experiencia en el cuarto, en la regadera. Pero a nadie parecía importarle, simplemente querían marcharse de allí, seguir la fiesta.
Jamás existió el tiempo,
ni el posible presente,
ni el ayer.
Sólo fue
un reloj de arena
que se deja disolver
(entre mis piernas).
Sólo fue el tiempo robado
al desesperante tic tac
de los relojes de tu infierno
y de mis escaleras.
Nunca fue el tiempo,
ni el otro, ni tú.
Nunca fueron tus manos,
fui yo
la que eligió la ruta a la nada,
el reloj sin mañana,
el futuro sin esperanza,
el perdón.