Sofía


Llevaba mis manos a mi vientre, tocaba un bulto y entonces recordaba que estaba embarazada… Percibía un color lila al hacerlo, y así supe que era una niña: Sofía Fernanda.

Pensé que pasaría mas tiempo antes de que tuviera que decírtelo, antes de que me topara contigo de frente,  antes de que tuvieras que verlo y yo tuviera que decirte su nombre…

Puerta blanca


Él y yo ante una puerta blanca, cerrada. Ante una puerta que no queriamos traspasar.

Estábamos bien del otro lado. No interesaba lo que había más allá. Éste era nuestro lugar.

Ni adentro ni afuera, simplemente separados de lo que sea que hubiera del otro lado, de ese misterio: oficinas llenas de trabajo importante que hacer, miembros de un régimen secreto elaborando estrategias, cuarteles de hombres armados preparados para atacar.

Yo me inclinaba por esto último, por eso me sobresalté cuando se escuchó la voz grave y rasposa de un hombre al otro lado de la puerta.

Preguntó si todo estaba en orden. ¿Si todo estaba en orden…? La pregunta no iba dirigida a mí, ciertamente, sino a aquel que estaba de pie junto a mí al otro lado de la puerta.

Él respondió que sí, que todo estaba bajo control, que la prisionera estaba bajo control.

Era yo la prisionera. Y él, mi celador.

Pero debajo de eso, de ese papel, él me cuidaba, era mi protector: Mi guardia y mi guardián.

Llena de miedo, traté de cubrir el ojo de la puerta para que el hombre al otro lado no pudiera ver lo que pasaba aquí.

Él estaba preparando comida para mi, como solía hacer.

Caminó conmigo y me dejó en el camino hacia el campo, cargada de comida escondida en los bolsillos. Me dijo que le había pedido a la encargada de las labores que no me hiciera trabajar demasiado. A mi no me gustaba esa idea. Pero en el fondo, me conmovía que hiciera eso por mí, y me conmovían todas las cosas que solía hacer.

Playa nocturna


Una niña estaba ahí, siguiéndome, necesitándome.

Estábamos rodeadas de gente, en una casa, pero aún así sentía que estábamos solas.

Ella sabía muchas cosas y quería decírmelas, pero no encontraba cómo expresarlas.

———–

Mi padre nos dijo que quería darnos una sorpresa y nos llevó por un camino entre las hileras de casas que se alzaban, inmóviles y silenciosas, en la noche.

Reconocí el sonido y el aroma del mar al final del camino. La arena negra en los pies me lo confirmó. Al final de la estrecha vía se abría el mar nocturno. Todo era obscuridad y silencio, excepto por las pisadas de nosotros cuatro.

Las olas bañaban tranquilamente la playa. Al mirar hacia la izquierda, se veían los últimos restos del ocaso, una luz tenue y anaranjada que daba algo de vida al cielo y a la orilla vacía de casas.

Mi madre quiso ir hacia allá, pero él no. Dijo que la sopresa aguardaba más allá, hacia el lado derecho de la playa, hacia la obscuridad cerrada.

La sorpresa era una casa, una casa vacía, obscura y grande. Con cuartos hermosos, pero si nada nuestro. Y sin embargo, ahí estábamos todos nosotros.

(Ohh, simbolic…)

Estado de emergencia


Era mi cumpleaños y todos me festejaban. Estábamos sentados en una mesa de jardín blanca y redonda, en medio de una tarde oscura que amenazaba tormenta.

Alguien trajo un pastel, y en ese momento, cayó sobre nosotros una lluvia de serpentinas brillantes y metálicas. Todo era azul, azul en mi tono favorito. Soplé las velas mientras pedía un deseo.

Una chica que estaba sentada a la mesa parecía fastidiada por estar ahí. Los demás estaban alegres y bebían.

No quería apartarme de esa visión porque era muy reconfortante. Sin embargo, llegó un momento en que no pude ignorar más las señales de peligro que venían del cielo oscurecido.

De repente, nos encontrábamos todos dentro de un edificio. Había habido una explosión afuera, un estallido muy poderoso y estábamos rodeados de fuego.

Tratamos de salir pero la policía había sellado las puertas. Estábamos en un estado de emergencia y no podíamos salir, no iban a permitirlo.

Subimos y bajamos a través de las escaleras metálicas de emergencia, buscando una forma de salir.

Varios hombres comenzaron a agruparse y a tratar de establecer un control sobre los demás. Algunos tenían rifles. Por un momento, quisimos hacerles frente, pero nos superaban.

Surgieron otros grupos de poder y nosotros también conformamos uno. Cuando un policía pregunto que quién estaba a cargo, encontró que casi todas las manos estaban alzadas.

Me di cuenta de que tendríamos que pasar horas y quizás días encerrados en aquel lugar. Propuse buscar comida y ropa para abrigarnos. Yo estaba muy incómoda con lo que traía puesto.

Una prima mía se ofreció a acompañarme  buscar ropa. Antes de irme con ella, sentí la necesidad de avisarle a la persona que parecía ser la más importante en mi mundo, quien es prácticamente mi hermano. Él me pidió que fuera con cuidado.

Ella y yo corrimos por el pasillo conscientes de que íbamos a encontrar muchos peligros.

Nos atravesamos con un grupo de hombres que saqueaban el hotel. Supimos que nos harían daño, pero teníamos que ir.

Cuando llegó el elevador, subí a él, pero me sorprendí cuando vi que su interior medía apenas un metro por un metro.

Sentí claustrofobia y sali, bajo la mirada de los hombres. Le dije a ella que saliera pero se rehúso.

Decidí bajar siete pisos por las escaleras. Corrí hacia bajo y abrí una puerta que me condujo a una gran sala llena de gente pasando leyendo, mirando películas, jugando cartas.

Al saltar entre las mesas, derribé los naipes de un hombre, dos veces de hecho. El me persiguió pero yo logre subir al elevador y cerré las puertas aprisa.

Se cerraron, dejándolo afuera, pero temí que estuviera allí cuando las puertas abrieran.

Comencé a pensar en que no quería soñar eso y me desperté, dispuesta a olvidar la pesadilla.

Un ‘rave’, mi hija y la muerte del mago


En una gran explanada llena de gente, él y yo teníamos que llegar a algún lado. Vimos pasar a tres jóvenes muy particulares, vestidos con rastas y ropa extremadamente grande.  Bailaban al caminar. Él quiso seguirlos porque sabía que se dirigían a un rave de los mejores.

Pero yo recordé que estábamos ahí para asistir a la escuela. Las clases se impartían al aire libre, bajo carpas.

Había faltado tantas veces a la clase de estadística que ni siquiera recordaba si ya estaba reprobada. Dejé mi bolsa en un lugar vacío junto a mis compañeras y les dije que regresaría antes de que iniciara la clase. Por supuesto nunca lo hice.

Fui a buscarlo. Él se había reunido con un grupo de gente que bailaba afuera de un extremo de la gran plaza. Allí, detrás de una puerta, se llevaría a cabo el gran rave.

Lo vi entrar y lo seguí hacia adentro. Me sorprendió encontrarme dentro de una iglesia. Era enorme y subterránea, y su humedad de caverna enfriaba todas las cosas. Mis ojos no alcanzaban a abarcar todo el interior. Sólo veía bancas de madera y veladoras encendidas. Escuchaba cánticos cargados de eco.

Un hombre que estaba de pie junto a mí me habló en susurros: «Tienes que caminar hacia el fondo y doblar a la izquierda para llegar. Una vez ahí…». Lo interrumpí diciéndole que yo no iba a esa fiesta. Que yo sólo iba a buscar a alguien.

Me dejó pasar y caminé por un pasillo techado, hacia donde pensaba que él se había dirigido.

Al final del corredor, me encontré en un espacio abierto, limitado por árboles en sus orillas. Al centro había un lago, brillando tenuemente bajo la luz nublada de la tarde. Y al fondo del lago había una estatua vieja de bronce, enclavada entre la hierba y árboles que lo rodeaban.

lago estatua hija raveMe acerqué lentamente, caminando sobre una plataforma de madera que daba al centro del lago. Todo era mágico, encantado. Flotaba una sensación de soledad y una paz que era tan consoladora que me perturbaba. No podía ser real.

De repente, él apareció junto a mí. Me dijo que había querido enseñarme esto desde hace años.

Me contó que ésta era una fuente encantada. Según la leyenda del lugar, el príncipe y su doncella se amaban, pero por algún encantamiento quedaron separados. Él fue hechizado y convertido en estatua y destinado a permanecer allí durante toda la eternidad hasta que ella volviera a buscarlo.

Miré más atentamente la estatua. Representaba a un hombre fornido y guapo, vestido con mallas, jubón, y sobre los hombros, una capa. Su rostro había quedado petrificado en una mueca sutil de sufrimiento, y sus cabellos, inmóviles en el momento en que algunos le caían sobre la frente.

De pronto, sentí un movimiento en la orilla del lago junto a donde yo estaba. Me puse en cuclillas y me acerqué más y, en medio de las aguas estancadas y mohosas, vi surgir una figura desde el fondo: una mujer.

Retrocedí asustada. Vi su cuerpo mojado, sus cabellos empapados y su rostro desfigurado por la desesperación.

La estatua comenzó a moverse desde el fondo, como si alguien hubiera accionado algún interruptor, y avanzó hacia la mujer del agua.

Esto no era posible, me dije. Los vi encontrarse en el centro del lago y abrazarse. Luego no pude ver nada.

Caí sentada sobre la plataforma de madera y volteé una vez más hacia el agua. Ya no había estatua, ni príncipe ni doncella, pero vi salir a otra figura más del lago.

Ésta era más chica, y ágilmente subió al borde, caminó por la plataforma de madera y se abalanzó sobre mí.

Era una niña pequeña y me abrazaba. Me abrazaba con todas sus fuerzas. Me desprendí de ella un segundo, sin entender. Vi su cara sonriente, su piel blanca y tersa, y su cabello negro y corto que me recordaba al de él.

Entonces comprendí: Era mi hija. Me lo repetí una y otra vez en el éxtasis de la alegría y la confusión. Mi hija. ¿Qué habíamos hecho? ¿Cuando había sucedido esto? ¿Dónde había estado ella durante los cinco años que aparentaba tener?

Nadie contestó a mis preguntas y me di cuenta de que en realidad no me importaba saber las respuestas. Sólo estaba feliz de tener a mi hija entre mis brazos.

Él se agacho junto a mí y nos abrazó a las dos.

——-

Estaba en una ciudad grande y llena de gente: una mezcla entre Disneylandia y San Francisco. Todo era amarillo y lleno de sol.

Caminaba por las largas calles llenas de puestos y tiendas hacia el lugar donde nos reuníamos todos, donde vivíamos todos. Éramos todos amigos y éramos muchos, decenas quizás, repartidos en varias casas y vecindades cercanas. Éramos todos familia.

Llegué a una de nuestras casas. Dejé mi bolsa sobre la mesa del comedor y me senté a platicar con las chicas mientras veíamos hacia la calle a través de los enormes ventanales abiertos.

Todas las casas eran así, abiertas. Puertas abiertas, ventanas abiertas, apenas había paredes. El techo era la única ventaja de tenerlas.

Decían que había llegado un mago a la ciudad, un ilusionista. Que se iba a presentar en el muelle al atardecer.

De inmediato quise verlo, siempre me han fascinado los trucos y las ilusiones que dejan a mi mente absorta.

Me dirigí hacia allá y los demás dijeron que me alcanzarían luego. Caminé por el muelle, un espacio muy largo de agua, flanqueado por dos extremos de concreto a cada lado. Al fondo, había un enorme muro lleno de vegetación que era la frontera de la ciudad.

Caminé por el extremo derecho del muelle, esquivando a las personas que estaban sentadas en el suelo, en grupos, observando el acto.

Me paré lo más cerca que pude del muro que estaba al fondo.El mago estaba ahí, vestido de negro. Estaba haciendo un acto de escapismo. Lo vi sumergirse en un tanque lleno de agua. Lo vi tratar de salir de él, tirando de cadenas y nudos sin éxito. Las ramas y enredaderas del muro enmarcaban su desesperación.

Después de unos minutos de intentos infructuosos, los organizadores rápidamente nos pidieron que nos marcháramos, y bloquearon nuestra vista con mamparas. Yo crucé y regresé por el lado izquierdo del muelle, quería llegar a contarles todo a los demás.

Ya sobre la calle, me encontré con un amigo que era policía. Le pregunté qué había pasado con el mago, si él creía que sobreviviría. «Ya está muerto», dijo. Y se fue a colaborar en el suceso que estremecía a aquel pueblo pequeño.

Yo seguí caminando hacia mis casas, o al menos eso pensé, porque de repente me di cuenta de que volaba. De la manera habitual. Estaba recostada paralelamente al pavimento, moviendo los brazos como remos para impulsarme. Simplemente flotando encima de la calle.

Avanzaba con dificultad, los obstáculos como árboles y jardineras me estrobaban. Además, sabía que no estaba tan concentrada como para poder dominar mi vuelo. Cada movimiento requería mi máxima concentración. Y en ocasiones, mi cara rozaba el suelo.

Por fin me reuní con ellos. Hablamos del mago, hablamos de la fiesta del día siguiente, la que reuniría a toda la familia. Y yo me marcharía al día siguiente, en avión.

Iría al aeropuerto a hacer un fila y a enrentarme contra las personas del resto del mundo que no comprendían a nuestra ciudad.

Persecución y escondite (otra vez)


Estábamos en un viejo anfiteatro, rodeados de una veintena de personas. Todo parecía ir bien. Pero entonces ellos dijeron que eran hombres lobo, y que bastaba ver su cabello rojo encendido y sus adornos verdes para comprobarlo.

Yo no pensé que nos atacarían, pero él me tomó de la mano y me obligó a correr.

Corrimos fuera del anfiteatro y nos encontramos dentro de un estadio. Iba a dirigirme hacia la salida, donde había guardias y quizá una posibilidad mayor de huir, pero él subió por las gradas y yo lo seguí.

Subimos hasta llegar a los palcos. Abrí la puerta de uno y entré. Nos separamos.

Abrí puertas tras puertas, subí escaleras y más escaleras. Corría, en pánico, a través de baños, a través de cuartos. Hasta que llegué a una serie de departamentos.

Entré a un departamento, silenciosamente. Las paredes eran de madera y el sol iluminaba todo. Abrí puertas y clósets, en busca de un lugar donde ocultarme. Robé un vestido verde para poder cambiarme de ropa y no ser reconocida. Oí los pasos de la dueña de la casa y tuve que salir.

Iba a subir por una escalera, pero escuché pasos que bajaban. Me quedé petrificada. Una chica bajó, me miró y dijo: «Te están buscando en el piso de arriba».

Volví sobre mis pasos y corrí hacia al otro lado del pasillo, completamente asustada y abrí la primera puerta. Resultó ser una especie de oficina, con una hilera de baños a un costado. Estaba dispuesta a meterme en un bote de basura de ser necesario, con tal de que no me encontraran, pero no cabía en ninguno.

Vi un gran clóset, de pared y pared y de piso a techo. Subí, con trabajo, a la parte más alta y me hice espacio, quitando muñecas y ropa. Otras dos chicas estaban allí, también escondiéndose.

Traté de cubrirme con las mismas ropas para que los perseguidores no me vieran si es que abrían las puertas.

Cerré la puerta corrediza frente a nosotras y jalé con todas mis fuerzas de la puerta pequeña del lado derecho, que se seguía abriendo.

Rezaba con todas mis fuerzas para que no me encontraran, que no me encontraran por favor…

Sombrero de espinas


Estaba caminando por una calle oscura. Lloraba mi propia muerte. Recuerdo con claridad que estaba devastada, por la muerte de alguien, y ese alguien era yo misma.

Al final de ese callejón, encontré lo que buscaba: un ‘sombrero de espinas’, entretejido con tallos secos de rosas.

Debía colocarlo en mi cabeza.

———

Estábamos todos discutiendo.

No recuerdo bien el motivo, simplemente recuerdo que yo le dije a alguno de los dos: ‘¡Ya no digas más eso!’

Entonces tomé una silla de madera, y golpeé al hombre varias veces en la cabeza. La silla simplemente se rompió. En realidad, nadie salió herido.

Trepé a una parte superior de la habitación. Como una barra de concreto que estaba casi rozando el techo de la cocina. Era algo que solía hacer antes de ir a la escuela, para tomar mi lunch o algo así.

Cuando miré hacia abajo vi a un prima que había regresado, que había logrado dejar al hombre que la maltrataba. Bajé corriendo y la abracé con todas mis fuerzas.

——

La escuela. Llegaba tarde a una clase y atravesaba el enorme campus corriendo a toda velocidad.

Subí por un elevador y entré a una sala de cómputo para imprimir un trabajo. Un chico guapo me explicó un par de cosas sobre la impresora.

Corrí hacia el salón, sin saber muy bien en qué parte del laberíntico edificio estaba. Vi a una vieja amiga y supe que el salón estaba allí. Me animaron a entrar, pese a que ya habían pasado 45 minutos de clase.

——–

Otra vez la escuela. Varios compañeros huyeron de la clase de aquella maestra estricta. Logre sentarme junto a aquel niño. Me hacía reír mientras sacaba los cuadernos de mi papelera.

El resto de los alumnos boicoteamos la clase. Todos dijimos que debíamos salir por algo fuera del salón. Salimos corriendo justo a tiempo para que la maestra no nos viera.