Volar y desaparecer


Sé volar. Puedo volar. De hecho, vuelo… sólo en mis sueños.

Estaba caminando con amigos y familia en una calle de Coyoacan y eché a volar como suelo hacer, al ras del suelo.

Pero cuando entramos a una tienda con escaleras eléctricas, tuve que bajar. Al salir, volé sobre la explanada salpicada de gente. Simplemente dando un pequeño salto que me elevó del suelo y sosteniéndome sobre el aire como si nadara de pecho. Aunque pronto descubrí que volar de ‘crawl’ era más rápido y ofrecía mucho mas control al dar la vuelta.

Había sobrevolando la plaza durante un par de minutos cuando vi a dos policías sosteniendo cada uno un extremo de un cable y tendiéndolo frente a mi. Choqué contra él, al perder la concentración y el equilibrio.

Reclamé a los policias. Ninguna de las demás personas en la plaza parecía mirarme o darle la más minima importancia al hecho de que yo volara. Les pregunté si existía alguna ley que impidiera volar. Y me molesté porque no me interrogaron, ni me dejaron decir mi versión de los hechos.  No les importaba lo que tenía que decir.  Como siempre, a mí nadie me escuchaba.

Me alejé de ellos junto con una amiga. Escapando en medio del tumulto. Caminamos por la plaza hasta llegar a una habitación labertintica en busca de algo. Entonces encontré una pared blanca vacía. Le dije que eso no podía ser, pero ella me corrigió, senalando que era el sitio exacto. Y entonces vi un colchón allí.  Él/ella y yo nos acostamos bocabajo sobre él para ‘desaparecer’.

Él hizo el hechizo primero, pero antes de irse se quedó para explicarme y guiarme. Debía decirme las palabras del hechizo, pero era muy lento. Sus palabras no me sirvieron hasta que, ya desesperada, le oí decir algo acerca de una «tierra  más infinita», de un «mundo mas grandioso». Luego hizo pasó su dedo índice derecho sobre la primera falange del dedo anular izquierdo. Después acarició con dos dedos (índice y corazón) el dorso de su mano izquierda, haciendo la forma de una ‘V’.

Repetí las palabras e imité su gesto. Y en cuanto lo hice, senti que mis pies se desvanecían y comenzaba a sentirme mareada y sin fuerzas. Le dije: «Ya estoy lista, vámonos». Y dejamos que nuestro cuerpo completo resbalara por debajo de la cama, comenzando por los pies, hacia una nueva dimensión.

Descendimos lentamente hasta quedar sentados en el asiento de un teatro o cine. Y en la otra fila, a la derecha, veía a alguien muy querido, acompañado de una mujer.

Entonces, en la pantalla que estaba al frente de nosotros,  pasaron un reportaje acerca de el nuevo hobby de los asiáticos: volar sobre basureros. Fue entonces cuando lo recordé. Me volví hacia él, que estaba a mi lado y le dije, emocionada: «Soñé que volaba».

Pez gato


Mi gata negra nadaba como un pez en su pecera. Era diminuta y estaba empapada. Nos compadecíamos y la sacábamos, y ella empezaba a meterse debajo de las cobijas y de la alfombra. Hasta que la destapé. Entonces pasó algo extraño: creció (como Alicia), creció mucho, mucho, hasta que tuvo el tamaño de una niña grande.

Seguía siendo negra y peluda, pero tenía un vestido rosa brillante y una diadema con un moño sobre sus orejas puntiagudas. Estaba muy agresiva  y comenzó a atacarnos. Tuvimos que salir del cuarto y la encerramos bajo llave.

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Que se me reconocía algo, que un señor mayor me presentaba a varias personas sentadas ante una mesa. Yo hacía una reverencia antes de dar una gentil media vuelta y marcharme. Era célebre, pero modesta.

(Tratábamos de escalar por paredes y jardineras. Todo era como un laberinto y yo la guiaba a ella -quien fuera- hacia la salida).

El océano en mi cama


Él podía dominar mi cuarto a su antojo. Desde la orilla de mi cama alzó su cetro y ordenó al techo cubrirse de agua como una cúpula, y al océano inundar mis sábanas con sus aguas turbias.

Peces y criaturas marinas sin forma nadaban en mi cama. Mis pies se mojaban pese a mi esfuerzo por apartarme.

Afuera, a través de la ventana, se veía el ocaso cayendo en el particular momento en que la tarde carece de luz y la noche no refleja el brillo artificial.

Ante mis súplicas, él alzó su cetro otra vez y ordenó a las aguas detenerse y desaparecer. Cuando mi cuarto recuperó la sequedad, me ordenó marcharnos. Pero yo me negué, la inundación me había dejado cansada y sólo quise dormir en mi cama sin mar.

‘Eleanor Rigby’ de fondo


Teníamos que abandonar el barco, se estaba hundiendo. Yo trataba de empacar mis cosas: guardar ropa y meter gelatinas en cajas.

Todo era un desastre, le dije a mi esposo que lo ordenaría cuando regresáramos.

Pasamos a desayunar a un restaurante estilo estadounidense: muchas mesas y mucha gente, y de autoservicio.

Al terminar, él fue a pagar y me dijo: «Te espero afuera». Se nos hacía tarde para ir al trabajo.  Yo fui a la caja y tardé mucho. Tuve que ayudar a la cajera a limpiar varios platos.

Cuando por fin me cobró, me dio una tarjeta para que escribiera en ella tres canciones que me iban a regalar en iTunes o algo así. Yo escribí tres de los Beatles, pero todas eran «Eleanor Rigby», sólo que con nombres distintos como «Strangers» o «Lonely people».

Tarde años en poder escribirlas. Salí a decirle a mi esposo que se fuera a su trabajo.

Me hicieron una especie de fiesta: Mucha gente en una explanada y una orquesta al fondo.

Sentada en las gradas con los demás, me disponía a escuchar los tres temas que había pedido. Tocaron canciones de Shakira, mientras la cajera bailaba. Yo sólo quería escuchar «Eleanor Rigby».

El festejo fue interrumpido por las noticias de que, durante un festival de Reggae, se habían registrado ataques terroristas.

En un momento ya estaba allí, en la Astor Plaza en New York City. Los hombres con rastas alzaban carteles de paz, restando importancia al asunto.

Veía al centro de la plaza, un edificio de gobierno con pilares blancos y de mármol rosado. Una bomba explotó justo en el centro de la fachada.

Entonces, por fin, «Eleanor Rigby» comenzó a sonar a todo volumen en mis oídos.

La explosión fue pequeña y sumamente brillante. Al final arrojó agua y salpicó a la multitud. Corrí, estuve a centímetros de ser alcanzada por la sustancia que yo creí un arma química.

ffffound.com

 

Yo buscaba desesperadamente a mi esposo, sin suerte.

Escuché una segunda explosión.

Hablaba con una señora que estaba corriendo a mi lado. Decíamos, sobre el sonido estridente de violines y las voces McCartney y Lennon, que qué terrible país era aquel. Elogiábamos a los nuestros. Ella era de Brasil creo.

Subimos una escalera no muy ancha, que desde la plaza se elevaba hasta una playa. La vista inmediatamente me tranquilizó. El mar era como una alberca que llegaba casi hasta nuestros pies. La gente nadaba y jugaba en él, tranquilamente.

Volteé hacia atrás, y en medio del caos de la plaza, pude distinguir a mi esposo subiendo la escalera.

«Ah, look at all the lonely people. Ah, look at all the lonely people».

Dancer


Debíamos vigilar la fortaleza, cuidar que nadie entrara en el edificio ajeno. Éramos unos hombres con aspecto de militares y yo.
Finalmente yo entré al edificio. Iba a demostrarle a ese hombre, cazador de talentos, que yo era la mejor bailarina (mejor que Britney Spears(¿?), pensé).
Así que me puse a bailar… desnuda (¡!). Mis movimientos, entre ‘flash dance’ y ballet eran una magia.
Y en verdad yo era la mejor bailarina del mundo.
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(New York dreams)

Brazo amputado


Antes de llegar al hospital/escuela/gimnasio mi mamá me había amputado el brazo. Bajamos del coche e íbamos caminando en una zona oscura llena de árboles cuando dijo: «De una vez» y cortó mi brazo apenas por debajo del hombro.

No me dolía y no sabía en realidad qué andaba mal con él, por qué hubo que cortarlo. Llegamos al hospital en una soleada calle llena de escaparates, y allí mamá se encontró a una mujer que conocía y que a mí me disgustaba de algún modo. Yo la saludé, poniendo mis dos manos sobre sus mejillas y dándole un beso en una de ellas. Porque yo aún sentía mis dos brazos, los veía… recordé que a eso le llaman «miembro fantasma».

Me acerqué al mostrador del hospital donde una enfermera amable, pero lenta para comprender, me escuchó. Yo estaba angustiada por mi brazo, pensaba que iba a perderlo si no me lo colocaban de nuevo enseguida. Le expliqué que mi mamá lo traía, que debía apresurarse en llamar a los doctores.

Después de un rato de tratar de explicar me preguntó que en qué tipo de madera lo traía, en qué tipo de caja. Yo le contesté desesperada que mi mamá no lo traía en ninguna caja, ni en hielo, simplemente así.

La enfermera me dijo que esperara, que no había doctores, pero que me avisaría en cuanto pudieran operarme.

Pasé casi todo el día en un cuarto, esperando. Mirando por la ventana descubrí que los enfermeros, doctores y mis amigos estaban en la playa, emborrachándose y divirtiéndose. De repente una de ellos me descubrió en la ventana y, avergonzada, salió del agua, para ir a atenderme.

Me puse de pie y vi que a mis pies había arena y que se había metido toda en mis dedos, en mis uñas. Me angustié porque pensé que debía limpiarla antes de entrar al quirófano. Fui a lavarme en un lavadero. La chica rubia de ojos verdes llegó y pensé que por fin iban a devolverme mi brazo.

Pero salió de nuevo y un montón de amigos se quedaron conmigo, pero sin hacerme el menor caso. Yo desesperaba porque alguno de ellos me ayudara. Les pedí que mandaran un mensaje para buscar a algún doctor. Tardaron años en hacerlo.

Desperté.

Inválida (piernas, humo, sueño)


Que no podía caminar. Era la única a la que no le funcionaban bien las piernas, y en esas calles y mercados llenos de gente, yo tenía que arrastrarme.

Después, estábamos reunidos todos en una especie de salón de clases y al frente, el profesor hablaba.

De repente, comenzó a entrar humo a la habitación, todos comenzamos a tener mucho sueño y varios se quedaban dormidos. Yo veía como se daban por vencidos todos, sin luchar, pero yo no quise.

Les grité, les ordené que saliéramos de ahí para salvarnos, antes de que el sueño nos derrotara. La mayoría me siguió.

Al cabo de un rato, tontamente decideron regresar. Y la pesadilla del humo comenzó de nuevo.

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Anoche, tras la advertencia de ella, de que mi subconciente dispararía más imágenes de las habituales, sueños a cada minuto.

Noche de sueños abundantes sin sentido que acabé por no recordar.