El océano en mi cama


Él podía dominar mi cuarto a su antojo. Desde la orilla de mi cama alzó su cetro y ordenó al techo cubrirse de agua como una cúpula, y al océano inundar mis sábanas con sus aguas turbias.

Peces y criaturas marinas sin forma nadaban en mi cama. Mis pies se mojaban pese a mi esfuerzo por apartarme.

Afuera, a través de la ventana, se veía el ocaso cayendo en el particular momento en que la tarde carece de luz y la noche no refleja el brillo artificial.

Ante mis súplicas, él alzó su cetro otra vez y ordenó a las aguas detenerse y desaparecer. Cuando mi cuarto recuperó la sequedad, me ordenó marcharnos. Pero yo me negué, la inundación me había dejado cansada y sólo quise dormir en mi cama sin mar.

Escenarios de guerra


No he olvidado del todo todas las maquinaciones de la guerra y la maldad inherente. Ejércitos de niños y de gente inocente.

Y yo solamente escabulléndome entre la hierba, acechando, escondiéndome, con un rifle en mi mano.

Encontré un buen sitio para disparar, cual francotiradora. La tenía a ella en la mira, la reina. La reina escondida en una casa destartalada en las afueras de la ciudad. Pero me di cuenta a tiempo de que era un engaño: ella era sólo un señuelo. La verdadera reina estaba lejos y a salvo, fuera del alcance de mi rifle.

Y luego ustedes contándome que seis niños murieron en la emboscada del otro día, mientras yo trato siempre de encontrar un baño limpio en estos refugios de mierda.

Cuando llegamos a los cuarteles de la Marina todo era limpio, blanco y reluciente. Justo como debía ser, justo como su cultura. Los soldados orgullosos con sus uniformes impecables, paseando a la orilla del muelle.

Y tú y yo planeando una cita de amor mientras la guerra se gestaba.»¿Qué pensará la gente de nosotros?», me pregunté.

Avances


Estábamos en un restaurante, entre las mesas sobre la banqueta. Me fijé en que había dos mesas cuyos comensales tenían rostro de animales: en una mesa, gatos; en la otra, perros. Lentamente, comenzarían a propagarse.

Un hombre se me acercó para contarme algo acerca de un libro suyo que habían publicado en Madrid. Me hablaba en inglés, porque estábamos en Nueva York. Le dije que hablaba español y que yo también escribía. Intenté darle mis datos, pero tardé tanto en escribirlos que lo fastidié. En un asunto de cinco minutos tardé media hora. Así que se fue, molesta. Porque para ese momento ya era una mujer. Le dije que no olvidará su brillante chal dorado y me hizo una mueca.

Pero lo curioso es que me di cuenta, en el sueño, de mi frustrante tardanza, y por consiguiente, me di cuenta de que estaba soñando. Le dije a un amigo que estaba ahí: «Otra vez estoy soñando que no logro terminar lo que quiero hacer».

Tercera guerra


Nos enviaban a la guerra, a los civiles. Él y su familia también estaban en el lugar de concentración antes de la batalla. Era un sitio grande, un complejo tercermundista: en las habitaciones amplias y abiertas había viejas camas y sillones para descansar.

El primer batallón salió a combatir en un puerto, como en la Segunda Guerra Mundial. Desde las alturas del complejo podíamos ver a los hombres y mujeres salir con un rifle en la mano sin la menor idea de lo que estaban haciendo. Las luces de las ráfagas de los enemigos iluminaban sus caras asustadas y los charcos de sangre en el piso. Había mucha gente joven.

Separé mi mirada de la batalla que tenía lugar en medio de los altos edificios de la ciudad que daba hacia el mar.

Nuestro batallón debía salir dos horas después de aquel primer ataque.

Yo comencé a reunir mis cosas para estar lista para el llamado, pensando en lo injusto que era enviar a los civiles a pelear. Pero era una orden y debíamos obedecer.

En un sillón, estaba sentado un hombre de unos sesenta años, un general. La madre de mi esposo se acercó a dejarle un paraguas. Conversé un momento con él. Estaba desconsolado y lloraba como un niño.

Traté de alejarme y me rogó que me quedara. Le dije que estaría a unos cinco pasos en aquel cuarto de baño comunal. Dejó de llorar cuando se convenció de que desde allí podría verme.

Fui a maquillarme ante ese espejo: sombras moradas y plateadas brillantes colorearon mis ojos, pese a que creí que era una mala idea maquillarse para la guerra.

Reuní mis cosas y estuve a tiempo antes del llamado.

Fui a la habitación enorme que servía de cuarto y su madre me contó que su familia había sido citada para revisar su casa en busca de mantenimiento de drogas. Ella trató de negarse, pero los pequeños frutos rojos sí estaban en su casa y estaba muy preocupada.

Nos dirigimos al amplio patio a esperar nuestro llamado al combate. En medio, se desarrollaba un show para el Rey. Trucos de magia y acrobacias para complacerlo, pero también ridiculizarlo.

Cuando empezó la música, una mujer de cabello oscuro lo sacó a bailar a él, retándome. Yo di media vuelta y me alejé para no ver más.

En la plaza, la gente decía entre rumores que nuestra batalla se había cancelado. Que la nueva estrategia era mandar al ejército fuera de Europa, a Siberia o algún lugar lejano.

Me sentí aliviada de no tener que luchar por el momento, pero temerosa de viajar a algún lugar más remoto que Europa.

Entré al enorme cuarto de baño, que tenía una estética dentro. Los pisos estaban cubiertos de sangre y en la esquina un paquete grande de droga. En segundos, el lugar se lleno de militares que buscaban al traficante, pero en el lugar sólo quedaba yo.

brian.ch

Dead fish


Mi hermano tenía un pez extraño. Había empezado su vida en forma de un huevo, en una pecera redonda. Al salir de aquella rígida envoltura, se convirtió en un pez enorme y gordo.

Un día entré en su cuarto y encontré al pez muerto. Nadando junto a él, había un par de peces más pequeños y rallados. Le pregunté si el otro pez estaba muerto y me contestó que sí: el nuevo par había nacido del primero y ahora debían comerlo.

Mi casa antigua ante mis ojos: aquel cuarto, aquella familia, años atrás.

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Mi hermana me estaba enseñando a cocinar una ensalada César. Mientras lo hacíamos, veíamos fotos de su familia en un álbum.

Tanta alegría y vida en ella, siempre, aún en medio de su pesar…

Persecución en Nueva York


Que yo había arruinado el negocio de mi padre a causa de una carta que traduje. Sin saber el sentido, yo había dado información confidencial a sus rivales.

En los márgenes de la carta estaban escritos recados de amor nuestros de otros tiempos.

Estábamos en una plaza comercial. Mamá me mandó lejos a checar algún producto para que yo no escuchara el pleito empresarial.

Caminando por la tienda departamental, íbamos él y yo y un amigo que había reencontrado. Mientras ellos platicaban, yo me di cuenta de que nos seguían.

Los dirigí hacia la salida de la tienda, y nos encontramos en medio de una plaza en Nueva York. Frente a nosotros se alzaba el edificio de MetLife.

MetLife

Nos tendimos sobre el pasto y yo intenté tomar algunas fotos del edificio, pero una repentina nube de humo bloqueó la visibilidad. Entonces vi que una estructura había caído sobre el edificio ahora cubierto por una nube negra. Logré ver, con mi cámara, la cabeza de una estatua de piedra en medio de la estructura: era un barco, y el busto era de Poseidón.

De pronto el edificio fue cubierto por el agua, que se desbordó rápidamente hasta llegar a la plaza. Corrimos al interior de la tienda de nuevo.

Alcancé a ver un par de soldados con uniformes rojos y rifles venir hacia nosotros. Eché a correr hacia un elevador, desesperada, apreté los botones para lograr entrar antes que ellos.

Y así inició una larga persecución entre escaleras y elevadores. Al salir de uno, encontré a un viejo conocido impidiendo el paso. Supe que estaba perdida.

A través de trampas, alambres y cuerdas, consiguió hacerme subir por unas escaleras que conducían a donde esperaba, tranquilo y sonriente, su jefe.

Me amarraron, mientras él preparaba una especie de tortura que empezaría por los dedos de mis pies. Conseguí estirarme lo suficiente para alcanzar unas tijeras que enterré en su brazo sin pensarlo dos veces.

Corté mis amarras y salí corriendo hacia un elevador. Mis perseguidores parecían zombies en este punto. Yo les enterraba las tijeras una y otra vez, pero ellos parecían no sentir dolor. Sólo sangraban y se llevaban las manos a las heridas, mientras intentaban atacarme de nuevo.

Herí de muerte a tres o cuatro. La última que quedaba en la habitación blanca era una mujer embarazada. La acuchillé sin piedad hasta llegar a su vientre, entonces pensé que era mejor destruir aquello que llevaba antes de que naciera, ese monstruo… Enterré una y otra vez las tijeras hasta que el horror de la visión me hizo despertarme.

De nuevo en blanco


Sueños vagos… pero recuerdo algunas cosas.

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Estábamos en un departamento, mi departamento, pero era oscuro y las paredes amarillas manchadas de sangre o no sé …

Yo iba escaleras abajo, estaba preocupada e intentaba encontrar a alguien, al conserje.

Había pasado algo malo y el piso estaba manchado de lodo y tierra, de sangre.

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Estábamos en una comida familiar, pero tú no estabas a gusto, quizá te sentías fuera de lugar.

Sentado en las mesas de picnic, no supiste cuando llegué por tu espalda y te abracé. Tu besé hasta que te pusiste de buenas.

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Íbamos en una expedición por Chiapas o algún lugar al sur. Viajando en el carrito, miraba la selva a nuestro alrededor.

Todo era verde y exuberante, las hojas de los árboles eran tan grandes que yo sentí que era una pequeña hormiga en un jardín.