Ojos color lila


Dos imposibles:

Mi tía Vicky estaba viva. Ella, mi mamá, mi abuela y otra tía estaban en la Guay, iban a ir a un paseo o algo así. Todas vestían pants grises, como si fuera un uniforme.

Mi tía Vicky tenía el cabello blanco y lo llevaba corto. Había envejecido, sin embargo, seguía fuerte y hermosa. Estaba sentada en una banca, esperando con las demás a que mi mamá terminara de arreglarse.

Mientras tanto, otro imposible sucedía. Me habían mandado a reportear. Yo estaba trabajando en Expansión y debía ir a una convención a averiguar si sí o no iban a hacer no sé qué.

Debía llegar a las 7 de la mañana del día siguiente, y mandar como mínimo dos notas, supuse. Pensé en enviarlas ya escritas, en lugar de llamar para que alguien tomara dictado.

Isabel no había ido a trabajar, ni ese día ni el anterior  (quizá estaría enferma). Así que tuve que buscar sola un sitio para comer.

El comedor parecía en realidad una fiesta, la gente estaba platicando en grupo. Me senté junto a un amigo y platicamos un poco.

Caminé de regreso a dónde mis tías y mi abuela esperaban a mi mamá. Me senté junto a mi tía Vicky y le pedí disculpas por no estar ahí más tiempo, le dije que estaba nerviosa por el asunto del trabajo.

Sentadas en la banca, la tomé del brazo y recargué mi cabeza en su hombro.

Le dije: «Te quiero tía, te he extrañado». Porque yo creía que ella había estado viviendo en Tijuana todos estos años y por eso no la había visto.

Me dijo que estaba bien, que no me preocupara. Y yo seguí mirando detenidamente su aspecto mayor, su cabello corto y completamente blanco, sus mejillas más llenas, las pocas arrugas en su cara…

Desperté.

Recordé mi sueño, preocupada por lo del reporteo, y me di cuenta con alivio de que eso no podía ser cierto. Y entonces, me di cuenta que lo de mi tía tampoco podía ser cierto.

Y aunque jamás me sucede (jamás), regresé al mismo sueño cuando me volví a dormir.

Allí estaba la banca, mi tía Vicky, mi abuela, mi otra tía y mi mamá que se arreglaba para salir.

Me senté al lado de mi tía Vicky y me incliné hacia ella: Era más joven, su cabello no era blanco, su cara era delgada y hermosa.

Me miraba sonriendo. Supe que ella también había entendido que yo había despertado de mi sueño y que la estaba viendo ahora del modo verdadero. Del modo en que nunca envejeció.

Intrigada, acerqué mi rostro a su rostro y le miré los ojos. Noté que sus ojos tenían un aro color lila y otro café en el iris. Le dije: «Tus ojos son como color morado, con un aro color lila y otro café».

Y ella dijo sonriendo: » Y los tuyos tienen un aro verde y otro café».

En una sola noche


En casa de alguien más, una amiga. Iba a quedarme a dormir un par de días para ayudarla.

Me señaló un cuarto y me dijo: “Puedes quedarte ahí”. Me indicó dónde estaba el baño y entré.

Había ratas por todos lados. Grandes, grises. Y además, unos animales extraños corrían y volaban por doquier. Eran como grandes peces, de cuerpos blancos y viscosos, con ojos redondos y sin párpados, pero con una mancha verde en la cabeza, y peor, con alas.

Me asusté. Llamé a mi amiga, espantada y escandalizada. Ella sólo le restó importancia: “Sí, no te preocupes, allí están todo el tiempo”. Sin su ayuda, traté de matar a las ratas y a los peces voladores con el mango de un recogedor de metal. Les daba justo en la cabeza, pero no morían.

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Cuando salí al patio, ya estaban buscándome. Me llamaban a gritos para decirme que el ensayo de la boda de mi amiga estaba a punto de comenzar.

Bajé vestida como estaba, volando a través de las ventanas y de los árboles del jardín. Luego, subí volando a la azotea.

Me di cuenta de que no llevaba mi vaporoso vestido de dama. Así que saqué mi varita y le di varias vueltas a mi alrededor, mientras murmuraba un conjuro. Y el vestido apareció alrededor de mí, ante la mirada sorprendida de las demás personas en el ensayo.

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Me estaba bañando, para alistarme para la boda, creo, en un baño que era una mezcla de los de antiguas casas que conocí. Había una tortuga en la jabonera, viva. Había tostadas en la repisa de la esponja.

Se abrió la puerta y me di cuenta que varios muchachos me observaban, riendo. No me importó tanto. Alguien cerró la puerta.

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Paloma estaba allí, como la recuerdo de niñas, sólo que sin el hilito. Su cabello castaño y su fleco crespo. Hablaba acerca de sus creencias, a mí me sonaba un poco a un culto. Por un momento, tuve la impresión de que habíamos crecido juntas.

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Una carrera con carritos de supermercado. Mi primo y yo rodábamos cuesta abajo en las rampas del gran edificio, muertos de la risa.

Quise regresar y volver al pasillo por donde había entrado. No encontré la manera. Los lugares, frecuentemente, son laberintos para mí, y sobre todo en los sueños.

Sólo encontré habitaciones oscuras con paredes rojas, de las que varias manos salían entre los barrotes de las ventanas. Prisiones. Una mujer me dijo que no podría volver a donde había estado antes. No tuve más remedio que irme.

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Me despedí de mis papás y les prometí que conseguiría a alguien que me llevara sana y salva a casa.

Tomé un camino conocido, mientras le llamaba a él por teléfono. Dijo que sí, que por supuesto me acompañaría.

Sentados en el viejo camión blanco, me contaba sonriendo una historia, mientras la luz de la tarde todavía brillaba intensa.

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Despertar en una casa que por un momento me pareció totalmente desconocida en la oscuridad. Con una tonada en mi cabeza:

When every is dancing

I don’t want to

When everybody is toying

I don’t want to

When everybody is laughing

I don’t want to

Everybody but me

When everybody is drinking

I don’t want to

When everybody is using

I don’t need more

When everybody is floating

I don’t want to

Everybody but me

Prisioneros



Estábamos prisioneros, mi familia, mi esposo y yo. Era una especie de campo de concentración moderno, lleno de pandillas, pero al fin y al cabo, con bancas de madera en las que debíamos dormir.

Mis padres, mi hermano y yo logramos escabullirnos por un rato ante un descuido del guardia. Con el cambio que traía conmigo, logré comprar dos cigarros. Pensé que me servirían de algo.

Fuimos a una tienda de abarrotes y robamos algunas cosas. Me llevé varias frutas pequeñas en los bolsillos de mi ropa, para mi esposo. Pensé que necesitaríamos comer algo de fruta para no morir de inanición ahí dentro. No sabía cuánto tiempo estaríamos encerrados allí.

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Estaba en un baño público, en una especie de plaza comercial o una escuela. Alguien entró al pequeño cuarto sin tocar a la puerta. Pensé que había sido un error y le dije que no se preocupara, pero la mujer empujó la puerta contra mí, una, dos veces. La dejé entrar por fin y ella comenzó a golpearme.

Furiosa, comencé a pegarle en la cara a puñetazo limpio, una y otra y otra vez. Era tan aliviador sacar mi ira.

Bajamos corriendo las escaleras eléctricas, ella tratando de zafarse de mí y yo intentando golpearla más. Un hombre más alto y más fuerte que yo me cerró el paso en la escalera para detener mis golpes sobre la desconocida.

Hitler o Voldemort


Nos dimos cuenta de que iban tras nosotros. Así que echamos a correr por los jardines de un sitio grande como una hacienda. Avanzamos, agachándonos junto a las paredes, ocultándonos.

Entramos a una pequeña casa vacía y tratamos de escondernos, acostándonos en el suelo detrás de los sillones. Yo traté de ocultar sus pies detrás de aquel sillón verde, pero era muy visible. Comprendí que yo no lograría esconderme de esa manera, así que me metí como pude dentro del estante de un clóset. Apenas cabía y temía que si alguien lo abría me encontraría de inmediato. Así que traté de ocultarme, echándome encima ropa y cobijas.

Ellos llegarían en cualquier momento. Mi angustia estaba al límite.

Entraron en la casa y yo traté de no hacer ruido. Ni siquiera respiraba. Imaginaba el destino de él, rogaba porque no pudieran distinguir sus pies bajo el sillón.

Al final, él se reveló ante ellos, pero no le hicieron ningún daño. Rieron y lo tomaron como una broma. Agradecí al cielo por eso.

Ellos nos buscában porque éramos diferentes, para castigarnos porque éramos diferentes.

Cuando salieron de la casa, yo me escabullí hacia un auto y me escondí en una especie de cajuela que daba a la parte interna del coche. Trataba de cubrir mi cuerpo por completo con una frazada.

El auto se puso en marcha, y el coche en que ellos iban quedó detrás del mío.

En el asiento trasero del auto que me transportaba,  iba sentada una muchacha sonriente. Me vio y trató de hablar conmigo, sin prestar atención a mi pánico.

Ella no se daba cuenta de que cada movimiento que yo hacía o cada palabra que ella me dirigía, podría revelar mi presencia a aquellas personas. Y entonces, yo sería presa de ellos, y me castigarían o provocarían mi muerte.

Retazos de sueños


Que estaba de pie junto a una ventana, mirando hacia afuera. Llevaba un vestido café que me quedaba perfecto. Aún no se notaba, pero yo sabía que estaba embarazada y no podía esperar para soltar la noticia en medio de la comida familiar. Una alegría tranquila, una paz contenta.

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Que caminábamos por una ciudad con edificios modernos que se perdían en las alturas. Cruzábamos un semáforo cuando vi, en medio de la calle, el torso y la cabeza de un jabalí petrificado en una especie de gel. Espantada, noté que estaba vivo porque parpadeó. Nadie parecía ponerle atención.

No tuve mucho tiempo de horrorizarme por eso, porque entonces vi unos pequeñísimos ratones en el suelo. Estaban cubiertos de pelos pegajosos. Comenzaron a subirse sobre mi esposo, sobre sus piernas y su ropa. Quise quitárselos de encima con algunos manotazos, pero también estaban encima de mí, por todos lados. Echamos a correr y desperté.

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Baños. Cada noche sueño que debo encontrar un baño. Y todos están sucios u ocupados, o no cierran. Siempre tengo prisa.

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Me desperté con un sabor a sal en la boca. Era tan intenso, que al despertar tuve que buscar algo dulce que comer.

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Que conocía a Bono. 🙂 Estaba en un edificio al que un amigo mío me dejó entrar. Fui a pedirle un autógrafo. Me lo dio y comenzamos a hablar. Lo tomé de las manos, lo abracé y le expliqué lo que significaba para mí.

Él se veía cansado y enfermo, y no quería salir a enfrentar a la gente. Logró escabullirse en un auto y me dijo que subiera. Lo hice, pero me bajé unas cuadras adelante porque tenía que volver. Antes de irme lo besé en la boca.

Salí corriendo por una ciudad desconocida, pero que me era vagamente familiar.

Volar y desaparecer


Sé volar. Puedo volar. De hecho, vuelo… sólo en mis sueños.

Estaba caminando con amigos y familia en una calle de Coyoacan y eché a volar como suelo hacer, al ras del suelo.

Pero cuando entramos a una tienda con escaleras eléctricas, tuve que bajar. Al salir, volé sobre la explanada salpicada de gente. Simplemente dando un pequeño salto que me elevó del suelo y sosteniéndome sobre el aire como si nadara de pecho. Aunque pronto descubrí que volar de ‘crawl’ era más rápido y ofrecía mucho mas control al dar la vuelta.

Había sobrevolando la plaza durante un par de minutos cuando vi a dos policías sosteniendo cada uno un extremo de un cable y tendiéndolo frente a mi. Choqué contra él, al perder la concentración y el equilibrio.

Reclamé a los policias. Ninguna de las demás personas en la plaza parecía mirarme o darle la más minima importancia al hecho de que yo volara. Les pregunté si existía alguna ley que impidiera volar. Y me molesté porque no me interrogaron, ni me dejaron decir mi versión de los hechos.  No les importaba lo que tenía que decir.  Como siempre, a mí nadie me escuchaba.

Me alejé de ellos junto con una amiga. Escapando en medio del tumulto. Caminamos por la plaza hasta llegar a una habitación labertintica en busca de algo. Entonces encontré una pared blanca vacía. Le dije que eso no podía ser, pero ella me corrigió, senalando que era el sitio exacto. Y entonces vi un colchón allí.  Él/ella y yo nos acostamos bocabajo sobre él para ‘desaparecer’.

Él hizo el hechizo primero, pero antes de irse se quedó para explicarme y guiarme. Debía decirme las palabras del hechizo, pero era muy lento. Sus palabras no me sirvieron hasta que, ya desesperada, le oí decir algo acerca de una «tierra  más infinita», de un «mundo mas grandioso». Luego hizo pasó su dedo índice derecho sobre la primera falange del dedo anular izquierdo. Después acarició con dos dedos (índice y corazón) el dorso de su mano izquierda, haciendo la forma de una ‘V’.

Repetí las palabras e imité su gesto. Y en cuanto lo hice, senti que mis pies se desvanecían y comenzaba a sentirme mareada y sin fuerzas. Le dije: «Ya estoy lista, vámonos». Y dejamos que nuestro cuerpo completo resbalara por debajo de la cama, comenzando por los pies, hacia una nueva dimensión.

Descendimos lentamente hasta quedar sentados en el asiento de un teatro o cine. Y en la otra fila, a la derecha, veía a alguien muy querido, acompañado de una mujer.

Entonces, en la pantalla que estaba al frente de nosotros,  pasaron un reportaje acerca de el nuevo hobby de los asiáticos: volar sobre basureros. Fue entonces cuando lo recordé. Me volví hacia él, que estaba a mi lado y le dije, emocionada: «Soñé que volaba».