Fotografía: «The Same River», derivada de «Cascade River» de Josh Hild (Unsplash).
Me ha parecido cruel usar el agua en contra mía; mi elemento, mi ser.
No había entendido que el océano dentro no era mío.
No había entendido que el río…
… que el río alimentaba el estanque que subía hasta ahogarme.
No había comprendido por qué era interminable el mar eterno, renovable, el ahogo incesante.
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Estaba de pie a mitad del bosque, respondiendo una pregunta que sí/no ameritaba respuesta, como no ameritaban preguntas —ni antes ni nunca— todas mis entregas.
Pero siempre las había: la explicación, la justificación, la desaprobación, la vergüenza.
Los «por qués» y los «acaso…», ∴, el dolor desde la garganta hasta el sitio de la espada.
Estaba de pie y caí de rodillas; el río inundó el bosque y se bifurcó en dos vías: hacia un lago congelado y hacia un delta ajardinado.
Y un sol dorado arrojó una claridad cobriza sobre la desembocadura. que se dividía.
El calor bronceado evaporó el agua-arma, el ataque, el desmayo, el ahogo avergonzado.
Y entonces vi que se abría un pequeño sendero de florecillas.